Por Susadny González Rodríguez
El director de Adorables mentiras (1991) y Un paraíso bajo las estrellas (1999) vuelve de nuevo al ruedo cinematográfico.
Luego de seis años en un proyecto que se frustró, Gerardo Chijona sólo desea mirar hacia delante y lo hace con la conmovedora película Boleto al paraíso, estrenada en el XXXII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Es un largometraje de ficción que el realizador mantuvo todo el tiempo bajo la manga “para no despertar ni expectativas ni suspicacias”, quizás por ello se disculpa con toda la prensa.
“Adopté la táctica de no adelantar nada hasta terminar”, pues más allá de lo supersticioso que se sabe, considera este “un tema complejo y susceptible”.
Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas en la Universidad de La Habana se inició en el mundo del cine como crítico, y según me confiesa, en aquel entonces “tenía la misma visión que poseen algunas personas hoy de los filmes cubanos: acaban con ellos”.
En esa época en Cuba no había escuela de cine, y empezó, de forma autodidacta, de asistente de dirección. Trabajó con Pastor Vega en Retrato de Teresa (1979), y con cineastas de la talla de Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y Humberto Solás, en una etapa de formación, durante la cual aprendió “algo que jamás olvida: lo que no se debe hacer”.
Realizó incursiones en el mundo del documental con Una vida para dos (1984) o Kid Chocolote (1987).
“Fui feliz haciendo documentales de testimonio, me involucraba mucho con los personajes. Siempre digo que ésa fue mi escuela en la dirección de actores”.
No en balde a este género, que le sirvió de trampolín para aterrizar en la ficción, le debe innumerables premios.
“Aunque no estoy cerrado a nada, siempre dije que era ave de paso en el documental, y a la primera oportunidad presenté el proyecto de Adorables mentiras”.
Antes del inicio de la preproducción, Chijona fue invitado por Robert Redford al Sundance Institute, en el cual recibió talleres bajo la tutela de escritores como Matthew Robbins, Walter Bernstein y de directores como Sydney Pollack y Oliver Stone.
Su paso por allí le hizo entender que “cuando uno escribe sólo debe tomar en cuenta las necesidades dramáticas de los personajes, no las políticas, morales, éticas, ni religiosas, porque si no la película puede tener éxito, pero va a morir pronto”.
A sus sesenta años de edad, y avalado por una obra que incluye comedias, dramas y melodramas, nos regala esta “historia de amor con un final trágico”, según la califica, que se adentra en la complicidad de un tema tan universal como el sida.
La trama que se traduce al celuloide transcurre en tres días. Un grupo de jóvenes marginados y sin rumbo en la vida se encuentran, llegan a La Habana y toman la decisión de infectarse con el VIH. El argumento está basado en hechos reales, recogidos en el libro SIDA: Confesiones a un médico, del científico Jorge Pérez, quien fuera subdirector del Instituto de Medicina Tropical (IPK) de La Habana, y dirigió por muchos años el sanatorio Los Cocos, destinado a enfermos del virus letal.
¿Por qué este tema?
Durante un viaje que hice a San Francisco conocí a Jorge y ahí nos hicimos amigos.
Me dio el manuscrito para que lo leyera en calidad de editor. Cuando revisé esas historias desgarradoras, trágicas, me di cuenta que cabían varias películas. Lo más difícil fue decidir cuáles tomar. Al final opté por la de unos frikis y la de una muchacha a quien su padre violó e infectó.
¿Qué requisitos debe tener un guión para que lo seduzca? Hábleme de éste específicamente (fue escrito junto a Francisco García y Maykel Rodríguez).
Siempre digo que las historias me buscan. Todos los proyectos me han caído del cielo, aunque he tenido abiertas las orejas para estar atento a lo que me interesa. Para éste, investigué mucho porque era un neófito en el tema. Nunca me había metido en su complejidad, ni en esa época del periodo especial, tan convulso en Cuba. Me gusta escribir sin una camisa de fuerza. Llega el momento en que los personajes empiezan a independizarse, y a pedirte cosas. Exploras caminos increíbles. Lo más difícil fue parcelar las historias y decidir quiénes iban a ser los protagonistas, y quiénes los iban a acompañar. Nos demoramos más de la cuenta escribiendo el argumento. Definimos el primer acto y el segundo, el último no estaba muy claro, hicimos muchas versiones.
Se arriesgó con un elenco de jóvenes recién graduados y en contraposición a ello convocó a más de treinta experimentados actores, ¿por qué?
Soy muy vago. Me gusta escribir personajes con nombre y apellidos, es lo que hice en mis tres primeras películas. Tengo mis actores fetiches. Como la película es episódica hay muchos personajes que entran y salen, por eso hablé con mis amigos, aunque todos son personajes pequeños, tienen gran peso en la trama.
Para escoger a los protagonistas convoqué a un casting de alrededor de doscientos muchachos, que duró casi un año. Aprendí con Titón a hacer pruebas a los actores sin decirles nada, para ver las propuestas con las que ellos vienen. Lo único que sabía era lo que no quería. Y resulta que ninguna de las escenas del casting está en la película. Debo decir que quedaron fuera actores con grandes posibilidades.
¿Exactamente qué le interesa transmitir con Boleto al paraíso?
Traté de reflejar lo que pasó en la vida real: una combinación letal de inocencia, inexperiencia, ignorancia y la represión de una sociedad, donde la única salvación (de estos jóvenes) era refugiarse en un sanatorio, sin pensar que ése era el camino de la muerte. Aquí no hay tiempo para hacer discursos. Sería una locura que esos muchachos empiecen a decir frases trascendentes. Detesto el cine que me da la clase del día.
Quise contar una historia y que el público disfrute, porque el cine también es espectáculo, por muy desgarrador que sea. Desearía que esta película se la llevaran en los corazones para la casa. Y que el espectador la terminara. Cuando uno acaba la película es de los demás, cada cual hace la lectura que quiere y uno se alegra si hay diversidad. Nos hace mucha falta ese debate.
Dicen que todo crítico cuestiona de acuerdo a la película que quisiera ver. ¿Su condición de crítico entra en contradicción con la de director?
Trato de hacer la película que me gustaría ver como espectador en una sala de cine. Como crítico de cine mantengo esa cosa de ser implacable conmigo mismo. Cuando concluyo un filme ya no me gusta verlo, porque sólo noto dónde me equivoqué. También uno tiene que tener cierto rigor con el trabajo.
¿Se siente satisfecho con el resultado de Boleto…?
Hice la película que quería hacer.
cubanow.net (Revista digital de arte y cultura)
La Habana, Cuba
Diciembre 17, 2010